HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI (18 junio 2017)
La comida es elemento común y diario de la vida humana.
Pero, ¿y en la vida cristiana? ¿No hay comida?
“El que come de este pan vivirá para siempre”:
No es el simple hecho de comulgar, y esto lo vemos en nuestra vida.
Comer la carne de Cristo es una identificación existencial, hacer nuestra la existencia del Hijo, configurar nuestra vida con la del Señor.
“Beber su sangre” derramada significa apropiarse del destino de Jesús, entrar en comunión con su vida entregada, identificarnos con la cruz y llevar el amor hasta el extremo.
Está en juego la comunión con Cristo:
Una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado.
Capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me pertenece», para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad.
Capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí», además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente.
Saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias.
“Sin la Eucaristía no sabemos vivir”: ¿Practicamos la misa dominical como necesidad o como cumplimiento? ¿Procuramos reservar unos momentos para la adoración, para la visita al santísimo, la misa diaria? ¿Hablamos del domingo, en nuestros círculos, como un referente cristiano?