HOMILÍA DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (28 mayo 2017)
Tenemos nosotros la misma tentación de los apóstoles: estar plantados mirando el cielo, buscando las seguridades y la permanencia, justificando nuestra comodidad y encerramiento, frente a la invitación al riesgo y a la plenitud que nos ha sido prometida, pues hemos sido bendecidos y enviados, enraizados en la fuerza y la vida del Espíritu.
La comunidad cristiana, tocada de resurrección y de vida plena con el resucitado que ha ascendido a los cielos, ha sido llevada al riesgo y el compromiso, a la MISIÓN. Es el tiempo de preparar la cosecha del Reino de Dios:
Desde la alegría que genera en nosotros el encuentro con el resucitado.
Como Iglesia en salida.
Puesto que todos tienen el derecho de recibir el Evangelio, nosotros hemos de hacer discípulos, por la atracción del testimonio, no por proselitismo.
Hasta los confines de la tierra:
La marginación y la inhumanidad de los emigrantes, disidentes, obreros, mujeres, enfermos, jóvenes y ancianos.
La increencia, dominada por el ateísmo, la indiferencia y la expulsión de lo religioso.
La Eucaristía es prenda de la donación del Cuerpo y la Sangre de Cristo para adentrarnos en el corazón del mundo. Vamos, pues, sin miedo, con la fuerza del Espíritu.