HOMILÍA EN LA FIESTA DE SAN ISIDRO (15 mayo 2017)
Celebramos en este 15 de mayo la festividad de San Isidro Labrador, porque fue un
hombre de Dios y eso le ha valido un puesto más que merecido en el calendario cristiano.
En una mano el arado y en la otra la oración. Así fue este hombre. Sabía que su esfuerzo
y tesón eran regalos bajados del cielo. No descuidó ni lo uno ni lo otro: trabajaba mirando
hacia la tierra, pero su corazón alababa incesantemente a Dios.
Cuántos de nosotros estamos sumergidos en el puro activismo. Cuando nos resulta
tan difícil combinar “fe y trabajo”, San Isidro logró armonizar perfectamente los dos aspectos.
El “ora et labora” benedictino lo supo custodiar y vivir en primera persona.
Dios era lo esencial y a Él se consagraba con las primeras luces del día. ¿De qué
servirían aquellas labores agrícolas el día de mañana? ¿Merecía la pena gastarse en el arado,
cuando lo único que estaba llamado a fructificar eternamente era su profunda fidelidad a
Dios?
Estos interrogantes nos vendrían muy bien a nosotros, como fondo y planteamiento de
nuestro vivir. Vamos de un lado para otro, hacemos muchas cosas, contamos con
una técnica que nos abarata costes y nos evita esfuerzos mayores. Pero ¿y la vida
en Dios? ¿La cuidamos? ¿La embellecemos con el arado de la oración, la humildad, la
paciencia o la confianza en Dios?
Tan peligroso para una vida cristiana es el estar de brazos cruzados como una
existencia atestada de actividad. Las dos tienen algo en común: que no hay espacio para
Dios. Que no hay lugar para la búsqueda o el descanso en Dios.
San Isidro nos ayude a plantear correctamente nuestra vida, centrándola en Dios por
encima de todo. Ese es el primer mandamiento: Amarás a Dios sobre todas las cosas.